2 de octubre de 2008

Historias mudas

Las historias mudas contadas por mi madre y mi abuela me acompañaron en mi infancia, El lenguaje de los signos no reflejaba la entonación ni la música de las palabras. Aprendí a comunicarme con ellos dibujando figuras en el aire. Me costaba tanto esfuerzo que sólo pude conocer las historias escritas, fuera de ellas, sólo estaba el silencio, esa quietud mortecina que me abrumaba.
Ahora me gusta esa sensación. Con el tiempo he aprendido a incorporarlo a mi vida pero con ocho años me envolvía de tal forma que quería escapar.

Recuerdo la tarde en que me di cuenta que el silencio me acompañaría para siempre.

Era noviembre y los días lluviosos transcurrían uno tras otro. Un día de tormenta la maestra nos sugirió que preparáramos para la siguiente clase historias habladas, de esas que no están en los libros, de las que no son iguales la segunda vez que las cuentan. Me acuerdo del terror que sentí. No sabía ninguna, sólo conocía las que se podían leer.

Esa tarde cuando salí de clase fui a buscar a Regina, seguro que la encontraría en el cerro con las ovejas. Regina congelaba los instantes de felicidad de las personas. Desde generaciones anteriores, todas las mujeres de su familia podían capturar momentos felices de los habitantes de Villardondiego. Cada persona a lo largo de su vida solo podía congelar un instante. Los más ambiciosos no lo hacían nunca .Una vez capturado el momento, se congelaba y guardaba en una caja que se enterraba bajo el pasto.

Los instantes congelados sólo se podían pedir una vez para volver a sentirlos. Tras abrirse la caja, salía el instante y se vivía de nuevo para después desvanecerse en el aire.

Cuando vi a Regina fui corriendo hacia ella.
-Necesito que me cuentes una historia
-No se ninguna.No conozco las historias que hay dentro de las cajas. No me pertenecen. Solo se pueden abrir si el propietario lo solicita…
-Pero….¿y no hay ninguna que lleve tantos años enterrada que ya no pueda ser abierta? La gente se muere, se va del pueblo… pensé con la esperanza que pudiera haber alguna abandonada y así tener algo que contar en el colegio.

Regina se dio la vuelta y se alejó caminando. Al rato regresó con una caja de madera. Toma, ábrela, es de tu abuelo. Me quedé mirando la caja y temblándome las manos no lo pensé dos veces.

La neblina cubre los troncos desnudos. Siento el viento helado. Sobre la nieve veo a mi abuela, joven, corriendo y girando su cabeza para mirarle.
Se congela la imagen, se atenúa el brillo de los colores cuando caen.
Me siento cerca de ella. Me introduzco en su mundo de sonidos mudos, de palabras escondidas tras manos que desesperadas intentan ser entendidas.

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