23 de enero de 2009
TITULO
Para Marieta
Oximoron dejó de vivir bajo las piedras
Xoromión prefirió seguir protegido por la sombra de los recovecos
Idolatrado por los invertebrados,
Manteniendo la calma del agua,
Obstruyendo sus deseos…
Recónditos sueños se dispersaron por las gotas de sal
Oximoron sentía el encierro de lo escondido
Notas de tristeza y silencio le acompañaron al alejarse.
17 de enero de 2009
En el bar
Virginia sentía pánico a estar sola y más todavía a pensar que la gente se diera cuenta. No era capaz de entrar en un bar y sentarse en una mesa a no ser que hubiera quedado con alguien, Tenía la sensación que todo el mundo la miraría con cara de pena riéndose a sus espaldas. Un día pensó que debía quitarse esa idea egocéntrica de la cabeza y decidió ponerse a prueba yendo a un café de Malasaña en dónde seguro seria más fácil hacer el ridículo. No tenía muy claro si llevar un libro, una revista o un cuaderno para escribir, ni tampoco el tiempo adecuado que podía estar sin llamar demasiado la atención. Optó por una libreta discreta. Era inútil que intentara concentrarse en leer nada con los nervios que tendría y siempre podía garabatear alguna tontería en caso extremo. Eligio la tarde del domingo 19 de octubre y entró con decisión en el café Ruiz .Se sentó en una mesa y con valentía pidió una cerveza. No sabia muy bien qué debía hacer en ese momento así que se dedicó a observar a la gente mientras esperaba a la camarera. Con la bebida ya en la mesa y dando sorbitos para que durara más, decidió que era el momento de sacar el bolígrafo y escribir algo. Un manotazo le tiró la cerveza encima. Solo alcanzó a ver una nariz que intentaba salirse del pelo que la cubría. Perdón, Lo siento. Te pido otra. No pasa nada.
Lorena intentaba siempre ocultar su cara con el pelo y cuando entraba en un bar se solía sentar lo más lejos de la barra y a espaldas de la puerta. Tenía la convicción que su nariz parmesana era demasiado prominente para poder tener un rostro armonioso. Le gustaba mucho ir la café Ruiz. Se había enamorado completamente del camarero. Alfredo era camaleónico, podía tener o cincuenta años o solo treinta cuando miraba con sus ojos azules de forma seductora. Lorena iba domingo tras domingo al café para ver esa cara curtida por el sol detrás de la barra y sentir la absoluta indiferencia con que le ponía el capuchino mientras ella procuraba tapar su nariz. Después, se sentaba en la mesa del fondo junto al espejo desde podía verle sin mostrar el rostro. Nunca se había atrevido a hablar con él.Hasta hoy que era su cumpleaños, 19 de octubre. Le diría algo. Se levantó decida a hacerlo y tropezó con el bolso de una chica pelirroja que tenia los ojos metidos en una libreta. Perdón, lo siento. Te pido otra. No pasa nada.
Después de un rato escribiendo Virginia levanto los ojos de la libreta. Un chico la miraba sonriendo. Se puso nerviosa. Con los labios le dijo: me llamo Ramón.
Ramón acostumbraba a sentarse solo cerca de la puerta. Solía pedir un café y desplegaba unas revistas de viaje encima de la mesa. Generalmente llevaba alguna bolsa de un gran almacén que dejaba caer sobre la silla como si acabara de llegar de compras. Le daba resultado lo de las revistas. Casi siempre alguien se paraba a preguntarle si podía ojear alguna, si tenía pensado viajar o si había estado en tal o cual parte. Este domingo estaba especialmente necesitado. Se cumplían seis meses desde que le habían dejado a través de una nota colgada en el tendedero.
Lorena mientras pagaba el capuchino balbuceo algo original del tipo me gustan tus ojos. Nada mas decirlo se arrepintió al instante, cogio el café y se lanzó a la primera mesa que encontró en su camino sobre la que había una revista de viajes de Burkina Fasso y una botas de piel de serpiente que se asomaban por debajo . Retiró una bolsa de Zara de la silla y se sentó colorada como un tomate .Intentado olvidar la visión de las puntas de piel le dijo al dueño de las revistas que justo este verano estaba pensando ir a Burkina Faso y que si por favor le podía contar algo. Ramón que no había estado en Burkina jamás le empezó a hablar entusiasmado lo maravilloso que era este país . Lorena sin escuchar nada se acordó de que tenia que taparse la cara y se preguntó si el color de su piel habría pasado en algún momento a un tono mas rosado. Ramón no dejaba de hablar, que si los elefantes, los safaris y los templos budistas. Mientras le contaba la travesía por río congo ya animado a mezclar cualquier sitio con tal de tenerla cerca pensó que debía hacer algo para llevarla a algún lugar más intimo. Más tranquila Lorena vio que el camarero había salido a la calle a fumar un momento y aprovechó para largarse .Ramón se quedo con los tés morunos del zoco de Burkina en la boca mirándola el culo mientras se alejaba. De reojo creyó ver una pelirroja obervándole. Aprovechó. Me llamo Ramón le dijo con los labios sonriendo. Toda nerviosa la chica bajo los ojos.
De repente unas carcajadas hicieron levantar a Virginia la cabeza del papel. En la mesa de al lado había tres chicas sentadas con unos cuadernos. Una de ellas tenía una polaroid y les estaba haciendo fotos a las otras dos. No paraban de reír y de mirar a todas las mesas como si buscaran algo. Al rato se callaron y comenzaron a escribir
4 de enero de 2009
Blancos y grises
Paisajes grisáceos, de tierra blanca. Yesos, calizas entre olivos y matorral mediterráneo con lavanda, tomillo y romero.., verdor todavía mantenido por la lluvias de las pasadas semanas.
A lo lejos se ve el muro, que, como gigante de roca separa a un pueblo de los derechos humanos.
Paramos el coche en el check point, en el punto en donde son las armas quienes deciden quien pasa y quien se queda. Vamos en un coche con matrícula israelí.
Podemos entrar, podemos salir.
Miro a la torreta de vigilancia, una ametralladora en la torre nos apunta desde lo alto y dos solados judíos registran el vehiculo con la punta de sendas metralletas colgadas de sus hombros con la naturalidad de quien lleva un bolso en bandolera, mirando hacia nosotros.
Nos invade la impotencia.
Salitre incrustado sobre la herida que escuece porque no se cierra.
Herida que no se cerrará hasta que la piel termina por caerse. Como un aguijón cada palabra y muestra de autoridad golpea con fuerza.
Pasamos el control. Estamos en Cisjordania, en los territorios ocupados, en tierra Palestina por derecho de sus habitantes.
El muro grisáceo con cabeza de alambrada nos acompaña. Los ocres empiezan a verse con la luz de la tarde. Nos miran las caras pintadas que con fuerza invitan a la lucha. Vamos camino de Hebron
A lo lejos se ve el muro, que, como gigante de roca separa a un pueblo de los derechos humanos.
Paramos el coche en el check point, en el punto en donde son las armas quienes deciden quien pasa y quien se queda. Vamos en un coche con matrícula israelí.
Podemos entrar, podemos salir.
Miro a la torreta de vigilancia, una ametralladora en la torre nos apunta desde lo alto y dos solados judíos registran el vehiculo con la punta de sendas metralletas colgadas de sus hombros con la naturalidad de quien lleva un bolso en bandolera, mirando hacia nosotros.
Nos invade la impotencia.
Salitre incrustado sobre la herida que escuece porque no se cierra.
Herida que no se cerrará hasta que la piel termina por caerse. Como un aguijón cada palabra y muestra de autoridad golpea con fuerza.
Pasamos el control. Estamos en Cisjordania, en los territorios ocupados, en tierra Palestina por derecho de sus habitantes.
El muro grisáceo con cabeza de alambrada nos acompaña. Los ocres empiezan a verse con la luz de la tarde. Nos miran las caras pintadas que con fuerza invitan a la lucha. Vamos camino de Hebron
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