La mujer se dirigió a una mesa libre que había en el centro del café y se sentó mirando hacia la puerta.
El lugar no tenía nada de especial, era de esos que luego no se recuerdan, un lugar de paso, frío y anodino. El murmullo de la televisión acompañaba a las pocas personas en estaban sentadas con desgana dentro, quizá por equivocación o quizá porque no encontraron un sitio mejor.
La mujer cogió el periódico que había en una de las sillas y se puso a ojearlo con distracción sobre la mesa. No quería que nada tapara su rostro. Necesitaba estar segura que sería vista cuando entrara a buscarla.
Se quedó dudando si pedir un café o una cerveza. Realmente no le apetecía tomar nada. Se quedo sentada sin decidirse. Vio que el camarero estaba mirando la televisión sin prestarla mucha atención.
La mirada de la mujer atravesaba la puerta como si quisiera abrirla, pero nadie salió ni entró durante una hora. Mientras, pasaba las hojas del periódico con ese desinterés que da la espera.
Estaba anocheciendo. El camarero se acercó a su mesa y con un gesto de amabilidad le cogió la mano.
-Elena, vamos a cerrar, váyase a casa.
Ella no ofreció mucha resistencia. Se levantó como si fuera algo que hacía habitualmente al oír esas palabras.
-Gracias, ya me voy. Quizá la semana que viene.
Sus ojos habían perdido la firmeza de antes. Tan solo quedaba la inquietud.
El camarero como todos los domingos desde hacía un año la acompañó hasta la puerta.
20 de septiembre de 2010
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